Todavía
El tiempo se va.
A veces pienso que debería vivir apurado, en sacarle el máximo partido a estos años que quedan. Hoy en día cualquiera puede decirme después de comprobar que alguna vez uso cremas para esas bolsitas que salen en los ojos: “pero si tu todavía eres un hombre joven”. ¿Cuántos años me quedan de “todavía”? Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me va escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiese retener mi sangre. Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, amor, complicaciones), no en este orden por supuesto, pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos por ejemplo que nos aferramos a la Vida”, la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al placer. Pienso en el placer, cualquier forma de placer y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de esos cincuenta años que me pisan los talones, aunque aún están lejos, los veo a la vuelta de la esquina. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿Cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven, tenía treinta años y era joven; tenía cuarenta y era joven, ahora tengo cuarenta y cuatro y aún soy joven. “Todavía” Quiere decir, se termina.
Y ese es el lado absurdo de mi convenio; dije que lo tomaría con calma, que dejaría correr el tiempo, que después revisaría la situación. Pero el tiempo corre y sigo relacionando el placer con la mujer, y me pongo trabas y trampas, divagando en futuros inciertos y no me decido y lo retraso y estoy demasiado alerta como para sentirme feliz. Alerta ante mi mismo, ante la suerte, ante ese único futuro tangible que se llama mañana. Alerta es decir: desconfiado.
Nos acerquemos o no, lo dejemos o no, y el tiempo corre y la mujer idealizada se va convirtiendo en horas distantes, días que la vuelven a ella más apetecible, más madura, más fresca, más mujer, y en cambio a mí me amenaza cada día con volverme más achacoso, más gastado, menos valiente, más indeciso, menos vital. Tenemos que apurarnos hacía en encuentro, porque en nuestro caso el futuro es un inevitable desencuentro. Todos sus más se corresponden con mis menos. Todos sus menos se corresponden con mis más. Comprendo que para una mujer joven puede ser un atractivo saber que uno es un tipo que vivió, que cambió hace mucho la inocencia por la experiencia, que piensa con la cabeza bien colocada sobre los hombros. Es posible que eso sea un atractivo, pero que breve. Porque la experiencia es buena cuando viene de la mano del vigor; después, cuando el vigor se va, uno pasa a ser una decorosa pieza de museo, cuyo único valor es ser un recuerdo de lo que fue. La experiencia y el vigor son coetáneos por muy poco tiempo. Yo estoy ahora en ese poco tiempo. Pero no es una suerte envidiable. Quizá yo sea un maniático de la equidistancia. En cada problema que se me presenta, nunca me siento atraído por las soluciones extremistas. Es posible que ésa sea la raíz de mi frustración. Una cosa es evidente sí, por un lado las actitudes extremista provocan entusiasmo, arrastran a los otros, son índices de vigor, de energía, de aliento, por otro, las actitudes equilibradas son por lo general incomodas, a veces desagradables y casi nunca parecen heroicas. Por lo general, se precisa bastante valor (una clase muy especial de valor) para mantenerse en equilibrio, pero no se puede evitar que a los demás les parezca una demostración de cobardía. El equilibrio es aburrido además. Y el aburrimiento es, hoy en día, una gran desventaja que por lo general nadie perdona.
¿A que viene todo esto?.
Ah sí.
La equidistancia que ahora busco tiene que ver (¿Qué no tiene que ver con la mujer idealizada en mi vida actual?). No quiero perjudicarla ni quiero perjudicarme; no quiero que nuestro vinculo arrastre consigo la absurda situación de un noviazgo tirando a matrimonio, ni tampoco que adquiera el matiz de un programa vulgar y silvestre. No quiero que el futuro me condene a ser un viejo despreciado por una mujer en la plenitud de sus sentidos, ni tampoco qué, por temor a ese futuro, quede yo al margen de un presente gozoso, tan atractivo e incanjeable. No quiero que vayamos rodando de casa en casa o tener una casa común o fundar un hogar con mayúsculas. ¿Soluciones?. Huir del equilibrio, ser heroico y subir montañas, atravesar océanos y romper barreras. Mis barreras.
¿Y luego?.
¿Cuántos años me quedan de “todavía”?.