Zarpazos a la vida
El abuelo entre las flores, que sensación más absurda, el ascensor, la gente, las flores en el pecho. Hay que ir deprisa, pasear las flores por los pasillos deprisa, no deben notar esta lasitud, este bajar la guardia y entretanto el ascensor inundado de ternura y señores con bigote.
Mira que hay gente distinta subiendo en un ascensor; la señora con el pañuelo en la cabeza me mira de arriba abajo y yo intentando disimular me cubro la cara con las margaritas, todos pendientes del numerito que va cambiando según vamos subiendo y suena un tilín, es la planta once, que habrá en la planta once que se bajan todos, menos un señor bajito con peluca presumo, este quiere llegar al cielo y espera como yo a que se habrán las puertas más arriba. Somos animas paseantes con flores en las manos, padres clonados, tíos clonados, abuelos clonados, competición floral, jardín de impávidos con la frente alta, orgullosos floristas que se cruzan en los pasillos hasta llegar a la habitación ciento dieciocho.
La noche anterior había que pensárselo mucho para nacer, siempre hay que pensárselo mucho para nacer. Y le han puesto unos calcetines en las manos para que no se arañe. Ya da zarpazos a la vida, envites, desafíos, manotazos al aire. El niño nace de un sueño y tarda en despertar y con el tiempo ese sueño se hace más corto, noches en vela, dormimos menos con la edad, somos insomnes como sí al sueño al que volvemos tuviésemos que llegar muy despiertos, lucidos . Que pereza despertar a las innumerables decepciones. Pasillos, cafetería, ascensores, tabaco, el periódico que descansa en una silla en la sala de espera. La calle, los coches, el volante, el autobús, la cartera, el teléfono, la prisa, el parking; donde habré dejado el ticket del parking. Y vuelta al hogar, la penumbra, el niño en los brazos, la cabeza en el pecho, bulto de olor, peso sin peso, manos de pétalo, contorno de calor. Un día al azar me pusieron al niño en los brazos: ¿Quieres cogerle?, No, déjale dormir, y suena un teléfono y había que dejar algo en los brazos de alguien, el teléfono o el niño y optaron por el niño, sencillos actos encadenados por una lógica inmediata de lo elemental. Ea, mi niño ea. Duérmete niño ea. Eaminiñoea. El niño se mueve lentamente, habla con frases de pájaro, se entreduerme, los ojos cerrados, cerrar los ojos, dormir, dulce terquedad. Obstinación, testarudez, cuerda a la que asirse. Y me doy cuenta que mi cuerda última es la tristeza, mi metal más secreto, mi bordón. Que simbiosis extraña esta de ir vagando por los pasillos con la alegría en las manos y la tristeza en el rictus. Nacer, y el mundo para mí empezaba en consistir en tristeza, tristeza de todo, tristeza de nada, la pura pena de no saber por qué, como dijo el otro. Nacer es siempre una alegría, pero, ¿para quién?. Me siento como una de esas madres de familia numerosa que pone a sus hijos en fila y por tamaños para que no se pierdan en la excursión, para que no se extravíen, y siempre alguien se extravía, se termina extraviando. Las esquinas solas, la prosa de la vida, el mascaron gastado de la ciudad sigue navegando las aguas de un tiempo que se asemeja a otro más lejano y que vuelve a mí en forma de recuerdo y todos han vivido ya mi vida antes que yo y yo estoy viviendo otras vidas ya usadas y con frecuencia pierdo la imagen de mi mismo. La tristeza lleva a la perdida de la imagen y la perdida de la imagen lleva al suicidio. Pero, tranquilidad; nada grave. Me veo entrampado en mis desvaríos y relaciono lucidez con nacimiento y tristeza con ingenio. Como diría alguien que yo me sé, te estás haciendo mayor y yo que lo sé de buena tinta presiento que la orgía se ha acabado. Vivo los despojos del carnaval y el aire se me llena de voces quejumbrosas que lloran de añoranza y de resaca. Voy por los pasillos con las flores en las manos, exhibiendo el jubilo, el escaparate de una alegría prestada y momentánea. El hoy tiene ya su edad dorada, a la que mirar con jubilo triste de los jubilados, que es como siempre se miran los paraísos perdidos. Debería estar alegre y lo estoy con el niño en los brazos.
Ea mi niño ea, y te acuno en mis brazos y me das la medida de mi alegría y veo desequilibrar mi balanza, el ronroneo oscuro de mis recuerdos abultados en este día y el oleaje se va haciendo más lento. Yo tuve a mi hijo en brazos como ahora tengo al hijo de mi hijo y todo se me va borrando, se va quedando lejos. ¿Se pude estar triste y alegre a la vez?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario