Trastos, calamidades, cachivaches y palabrería

L´espai desert

jueves, abril 12, 2007

El perverso encanto de la burguesía. (Madame Bovary, 1857-2007)


Flaubert nunca pretendió que esa autosuficiencia artística llegara a convertirse en un despropósito de la crítica moderna, la violenta separación del autor de su texto. La torpeza de negar que la obra pertenece a un ser de carne y hueso proviene de un malentendido histórico. Cuando Madame Bovary vio la luz de forma seriada, en “La Revue de Paris “(1856), ya saltó el escándalo, por la conducta libre de la protagonista, que violaba las leyes del matrimonio y de la iglesia. Por ello, Flaubert y su editor acabarían siendo procesados por inmoralidad. Un brillante abogado les defendió, explicando que el narrador de la obra no suscribía la conducta irregular de su protagonista, simplemente dramatizaba un problema social, incluso las palabras de la Bovary eran de ella misma. El autor sólo las transcribía. Y además que la muerte de Emma al final de la obra indicaba que el pecado acababa siendo condenado. La absolución supuso un enorme descanso, pero las continuas referencias de unos y otros a su objetivismo, inteligentemente utilizado por la defensa en el proceso, ya hacía tiempo que le tenían cansado. Por eso, en una carta a su amante Louise Colet escribe la siguiente y hoy famosa frase: “¡Madame Bovary, soy yo!”. Y le sobra razón, pues el texto gana mucho cuando lo leemos dejando de lado los objetivismos y nos fijamos en cambio en cómo el narrador, portavoz de una conciencia humana, relata la historia de una mujer adúltera, bastante común en la época, sacada como tantas otras de una noticia aparecida en la prensa, bañada por su sensibilidad, perspectiva e impresiones. Lo que también le confiere su valor artístico, a parte de la presencia de una conciencia original en el texto, es el estilo. Flaubert fue un maestro de estilo, un artesano de la palabra, siempre ajustada al objeto o la persona, al propósito expresivo (le mot juste).
El perfecto encanto de la burguesía, por Germán Gullón

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