Emma Bovary y las ilusiones perdidas
Cuando imaginamos hoy a una Bovary la vemos sofocada y paralizada por sueños demasiado grandes. Emma está atada a un marido que no cumple sus anhelos. La Bovary del siglo XXI es libre para dejar atrás un matrimonio frustrante o tiránico, pero su mal no le dará sosiego junto a ningún hombre. Todo será poco para las aquejadas de Bovarismo, creerán siempre que la vida está en otra parte. ¿Dónde residirá el parecido entre estas mujeres hastiadas del siglo XXI y la infortunada Bovary? No en el adulterio, pues el divorcio contemporáneo solucionaría algunos de los dilemas de Emma. Encontraríamos la semejanza en la falta de autoconciencia, en la incapacidad de verse a sí mismas, en la apatía para transformarse y tomar las riendas. Si Emma leía novelas de amoríos exóticos como Pablo y Virginia de Saint Pierre o historias románticas de Walter Scott, imaginando jinetes con penachos blancos, la Bovary actual leerá preferiblemente malas novelas rosa, donde todavía existen galanes ricos y famosos que salvan a las mujeres débiles. Emma naufragó en los espejismos del romanticismo, y nuestra Bovary del XXI caerá en los brazos de engatusadores con buenas fachadas y pobres interiores. Le faltará inteligencia para reflexionar sobre sus desastres, será una consumista compulsiva y será pasto del mercado de las apariencias.Aunque las Emmas de carne y hueso del siglo XXI hay que buscarlas lejos de las sociedades democráticas, allí donde todavía las mujeres viven encerradas con hombres a los que no aman, allí donde se castiga con la muerte una supuesta traición. En esas prisiones, el bovarismo recobra su sentido original como huida de lo real y sueño imposible de libertad.
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