Trastos, calamidades, cachivaches y palabrería

L´espai desert

miércoles, abril 11, 2007

Una adúltera con mala suerte


(por Loourdes Ventura)
Emma Bovary, como las otras grandes adúlteras de la novelística del siglo XIX, como Anna Karenina y la Regenta, estuvo rodeada de hombres sin imaginación. Madame Bovary leía novelones sentimentales y cometió la ingenuidad de soñar que era posible la pasión exaltada de la que tanto había oído hablar en los libros.
La protagonista de Flaubert no hizo otra cosa que abandonarse a la tentación de escapar de los abrazos pegajosos del torpe Charles Bovary. Buscaba una boca vehemente, noches insomnes y alguien que tatuase en sus muslos la palabra placer, pero sólo encontró amores mediocres y provincianos. No les fue mejor a Anna Karenina y a Ana Ozores. Las heroínas de Tolstoi y de Clarín llevaron a sus últimas consecuencias sus anhelos de ser amadas más allá de matrimonios muertos de antemano y se dieron de bruces con ególatras manipuladores, petimetres vanidosos y seductores profesionales.
Las mujeres tediosamente casadas de la literatura tendrían que esperar hasta el siglo XX para ser redimidas por Lady Chatterley y su ardiente guardabosque, Oliver Mellors. D.H. Lawrence combina el mito de la naturaleza con la exaltación de la potencia masculina y remata la gran fantasía del bovarismo: a mujer inhibida y hambrienta, el éxtasis fálico provocado por el héroe lawrenciano. Tal vez Madame Bovary hubiera necesitado un Oliver Mellors, pero sería otra novela y Flaubert no pretendió ser un escritor erótico. A ese respecto, mientras trabajaba en su Bovary, Flaubert escribió a Louise Colet: «Tengo una follada que me preocupa mucho, ya que no debo tergiversarla, aunque quisiera hacerla casta, es decir, literaria, sin detalles escabrosos ni imágenes licenciosas».
A pesar de sus escrúpulos, la subversión de su obra consistió en despertar los sentidos de muchas casadas virtuosas y mortalmente consumidas por el tedio. La publicación de la obra fue un escándalo y los tribunales de Napoleón III persiguieron el libro, por obsceno. Aunque el veredicto final fue absolutorio, del proceso le quedó a Flaubert un profundo cansancio físico y moral y la sensación de ser un autor sospechoso. Estaba decepcionado y sentía que habían manoseado a su heroína: «¿Qué podría escribir que fuera más inofensivo que mi pobre Bovary, arrastrada por los pelos como una ramera, en medio de la sala del tribunal?».
Un autor sospechoso, en adelante, de mirar debajo de las camas de las casas respetables, de escudriñar detrás de las puertas de los deseos no confesados, con la mirada, como él decía, «inclinada sobre los líquenes del alma».
Flaubert no supo cómo salvar a Emma Bovary, pero estaba de su lado, del lado del batallón de todas las bellas e inútiles señoras Bovary que se negaban a convertirse en momias. Se lo explicaba una y otra vez a Louise Colet: «Si mi libro es bueno, acariciará dulcemente muchas llagas femeninas. Más de una sonreirá al reconocerse. Habré conocido vuestros dolores, pobres almas oscuras, húmedas de oculta melancolía, como vuestros patios traseros de provincia con sus tapias llenas de musgo».
La hija de Marx, Eleanor Marx Aveling, tradujo Madame Bovary al inglés en 1886 y la consideró una obra valiente que denunciaba la posición de opresión de la mujer bajo el peso asfixiante de la hipocresía burguesa. No sabemos si Gustave Flaubert había pretendido llegar tan lejos, pero sí es cierto que no quiso corregir sustancialmente Madame Bovary, cuando los editores de La revue de Paris le instaron a cambiar ciertos detalles de la obra ante el peligro de una demanda judicial. El autor se revolvía contra los censores diciendo: «Critican los detalles y es el conjunto lo que hay que culpar. El elemento brutal está en el fondo y no en la superficie. No se blanquea a los negros y no se cambia la sangre de un libro».
Los directores de La revue de Paris intentaron convencerle por todos los medios, pero Flaubert siguió en sus trece: «Me tiene sin cuidado si mi libro exaspera a los burgueses, me tiene sin cuidado; si nos envían a los tribunales, me tiene sin cuidado; si suprimen La revue de Paris, me tiene sin cuidado. Lo único que debían haber hecho ustedes es no aceptar la Bovary, pero la aceptaron. ¡La publicarán tal como es!».
Flaubert era consciente de la carga de dinamita que encerraba su Bovary. Consumido por su obsesión por el estilo, sabía que estaba obligado a convertir un asunto tan manido como el adulterio en una gran novela. Sospecho, sin embargo, que a Madame Bovary le hubiera gustado tropezarse en su inmortalidad con el guardabosques Oliver Mellors.

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